Sargento de infantería (jefe de pelotón)
Ejército “Nacional”, Guerra Civil Española

Según el “Reglamento Táctico de Infantería” de 1929, en su edición de 1938, un pelotón estaba constituido por tres escuadras, cada una a cargo de un cabo, que estaban al mando de un sargento; y éste (al igual que los cabos y los soldados, excepto el tirador y el proveedor del fusil ametrallador) estaba dotado de un fusil o mosquetón.
En base a esta información, decidí recrear lo que sería el típico jefe de pelotón en la Guerra Civil Española, un sargento armado con fusil y con el correspondiente equipamiento de fusilero.

Siguiendo con este objetivo de representar un soldado típico, mi intención fue tratar de ajustarme lo más posible al uniforme más generalizado durante la guerra, en el (autodenominado) Ejército Nacional, que era el del reglamento de 1926, puesto que, a diferencia de lo que ocurrió en el Ejército Popular de la República, en el lado sublevado se mantuvo, en líneas generales, la uniformidad de preguerra.
La guerrera de tropa del reglamento de uniformidad de la inmediata posguerra es la prenda más frecuente en recreación cuando se necesita ese uniforme del 26, puesto que es muy parecida a la que nos interesa. La diferencia más notable es la bocamanga, que en la posguerra es más ornamentada, con forma apuntada, mientras que anteriormente era más sencilla, “lisa y sin botones”, como reza el correspondiente texto. Lo malo es que la bocamanga de la guerrera de posguerra no lleva puño doble, por lo que no se puede descoser sin que nos quede la manga demasiado corta. Hay alguna (escasa) evidencia de guerreras modificadas que llevan ese tipo de puño apuntado, pero en cualquier caso, es una excepción y convendría evitarla.
Como que los recreadores de la Guerra Civil no tenemos las múltiples opciones de las que gozan los que se dedican a períodos más populares, como la Segunda Guerra Mundial, y no tenemos la facilidad de adquirir online todo lo que nos convenga con unos cuantos clics, el uso de la guerrera de posguerra, aun siendo incorrecto, es generalmente tolerado.
En mi guerrera añadí, como corresponde en teoría, una pareja de emblemas de infantería en las puntas del cuello, que deben ser “espejados” – las empuñaduras de las espadas miran al interior. Naturalmente, también los galones de sargento, en panecillo dorado sobre fondo negro para infantería.


Los pantalones que iban con esta guerrera son los que el reglamento llama “pantalón polaina”, también conocidos como “granaderos”. Aparentemente, el modelo original se fue simplificando, reduciendo el número de botones de las “polainas” y sustituyendo los originales semiesféricos por otros más simples, por lo que se vieron distintos patrones de estos pantalones. Los “granaderos” se abandonaron en el reglamento de posguerra, por lo que es más difícil encontrarlos, y tampoco hay opciones sencillas para obtener reproducciones, aunque aparecen por ahí, algunas de ellas simplificadas, recortadas a la altura del tobillo. Los míos son de éstos, y están combinados con polainas de lana tipo venda, y calcetines enrollados al tobillo, una de las variantes que se ven en las imágenes de época.

El cubrecabezas es el característico gorrillo isabelino. Los sargentos podían usar opcionalmente el soutache doble, rojo y dorado, del gorro de oficial, aunque manteniendo el madroño sencillo en rojo, pero era tanto o más frecuente que llevasen el de tropa – esta fue mi elección, aunque, por supuesto, con el galón al frente, dispuesto de la manera particular a los gorrillos.

Respecto al equipamiento, consiste en un correaje “Carniago” (bastante nuevo, y por ello, sin mucha pátina), con las tres cartucheras para munición y el tahalí, del que pende la bayoneta (nota 1). La chapa incorpora el emblema de infantería. Aparte de eso, añadí complementos de campaña: bolsa de costado, cantimplora y cacillo, pieza esta que se ve prendida en diferentes posiciones en el correaje, en las imágenes del período.


El fusil Mauser modelo 1893 que completa el conjunto era, junto con el mosquetón modelo 1916, el arma más habitual. Este 1893 es una réplica en madera.
Aparte de cuidar los aspectos uniformológicos, otra cosa importante si queremos conseguir una impresión histórica más correcta es procurar arreglarnos el cabello con un estilo adecuado para la época; en los años 30 la norma era que fuese corto por los costados y la nuca, y más largo en la parte de arriba, a elegir entre diversos estilos; el uso de “gominas” o pomadas era habitual. En mi caso, al encarnar un sargento, es perfectamente aceptable el bigote. En coherencia con la imagen de suboficial veterano, el estilo es el tradicional, no el tipo recortado y finito más de moda. Considero que cuidar estos detalles, siempre que se pueda, aporta mucho de cara a evocar una imagen propia de la época que estamos recreando.

Daniel Alfonsea Romero
Fotografia: Diego Muñoz Fe
30 de octubre de 2020