La Mola, patrimonio y experimentación.

Sí, hemos vuelto a Sant Llorenç de Munt, pero esta vez para afrontar el monumento mítico: el monasterio en la cima de La Mola, que en todos lados hemos encontrado llamado Monestir de Sant Llorenç de Munt. Lo haremos cresteando desde Coll d’Eres entre encinares de gran belleza que os darán un paseo de alrededor de siete quilometros, entre sombras, desde donde la semana pasada hicimos el Montcau y la Cova Simanya. Es a la practica la tercera bifurcación de las que tenemos para elegir en Coll d’Eres, que nos llevará a un camino sin excesivas dificultades y concurrido por bastante gente.

Ya en ruta, como hemos dicho desde Coll d’Eres, que ya conocemos y sabemos llegar por la ruta anterior, empezamos subiendo, suave y por un camino ancho de nombre La Carena del Pagès, que permite circular con las precauciones sobrevenidas desde hace unos meses. Es un camino sin grandes sorpresas ni desniveles, exceptuando un par de descensos de relativa importancia donde quizá deberéis poner un poco más de atención dada la naturaleza de la piedra local. Nada grave, no sufráis, y que nos llevará al sitio llamado El Morral del Drac, lugar donde si que tendreis que poner atención para no errar el camino, ya que si es cierto que ambas variantes os llevarán al monasterio, sus diferencias son notables.

Dos son la variantes, la de la derecha, y la más difícil, que circula por el peñasco entre paisajes de tanta belleza como peligro que lleva al Cingle dels Cavalls, y de allí al monasterio; la de la izquierda, la más concurrida y fácil hace camino a través de la roca en un camino empedrado. Estad atentos, que la diferencia en las señales es poca, pero grande en las condiciones de trayecto.

Nosotros, en dudar del camino a seguir, en lugar de consultar el mapa, preguntamos a un hombre cual era la ruta, a lo que nos contestó que «más o menos…», no importaba la una o la otra. Elegimos…la de la derecha. Hace falta decir que ya nos podríamos haber olido al poco rato, que esa vía no era «la normal», pero continuamos.

En cualquier caso, la ruta elegida resultó bastante exigente y no carecía de peligro; nos llevó por un abrupto camino a que pasaba a bordeando el peñasco durante la mayor parte del recorrido, solo interrumpida en un par de tramos donde cruzamos un símil de túnel natural y un encinar, donde, reconociendo cierta intranquilidad, nos podíamos relajar por el hecho de andar, ni que fuese un trozo, sin estar pendientes de tener una caída libre al lado. Ruta de la cual no nos arrepentimos a pesar de que hayan pasado días.

Y es que hicimos mucho más que andar con equipo antiguo, tuvimos que trepar, gatear y escalar, pero sobretodo tomar una lección que a pesar de ser sabida nunca está de más recordar. Vigilar a tu compañero, no tener prisa y que quien marca el ritmo es el más lento. La seguridad y el llegar a casa no entienden de prisas, compañeros. Y si bien es cierto que si tenemos alguna fotografiá de ese episodio, admitimos que son pocas atendiendo al interesante recorrido, pero como supondréis…teníamos otras preocupaciones en la cabeza.

Cabe decir que después de este trepidante y arriesgado recorrido, todas las peripecias tuvieron su premio: las magnificas vistas desde arriba de La Mola (1103 metros), y su monasterio románico, reconstruido entre finales de Siglo XIX e inicios del XX, con suficiente cura para ser considerado uno de los pocos monasterios románicos puros y que ya sale citado en el 986. Si no habéis estado…id, nos lo agradeceréis.

Pero ahora toca encarar la vuelta, no sin antes consultar el mapa, siendo este moderno, y es que haremos retroexcursionismo en ropa, pero cara a la orientación mucho mejor un mapa actual, ¿No lo creéis así?

Ahora si, por el camino «normal», muy transitado y popular, y vaya que si se notaba la diferencia – solo os diremos que por allí subían familias con críos pequeños y perros y entenderéis que esta ruta era mucho más asequible. Por cierto que en los últimos tramos de la vuelta pudimos apreciar en conjunto y a distancia el camino alternativo que habíamos seguido en la subida, cosa que nos hizo valorar más la experiencia La cuestión es que llegados en Morral del Drac entrabamos en el camino que habíamos hecho horas antes, subiendo lo que antes habían sido bajadas, cosa que en si no tendría que significar demasiada diferencia excepto que nos desviamos hacia el lugar llamado Els Òbits, que ya habíamos visto desde el monasterio.

Nos encontramos con una muestra de aprovechamiento humano de cuevas, algunas hasta con pared, y si hacemos caso del hollín del techo, la cosa viene de largo, y con leyenda incluida. No dejéis de picar el enlace para saber más, y es que encontrareis des de el uso para corrales a una de les Carlistadas.

Y esta vez si, ya encaramos la vuelta hasta el ya citado centro de información del parque de Coll d’Estenalles, desde donde habíamos salido alrededor de cinco horas.

En esta ocasión, sobre nuestras apariencias, no hay realmente mucho que añadir a lo que os hemos ido comentando en entradas anteriores.

Ambos vestíamos atuendos civiles; el de Oriol más genérico, compuesto de diversas prendas que le daban una apariencia vintage, lo suficiente como para cumplir con la etiqueta de retroexcursionista; a destacar, la chaqueta de cuadros, una prenda clásica, y de un grueso que ya empieza a ser necesario entrado el otoño, sobre todo a primera hora o si el cielo está cubierto. El pasamontañas tampoco sobra en esos momentos. Los pantalones, de un material recio y resistente, cumplen perfectamente. Las botas altas de cordones proporcionan una buena sujeción en la parte del tobillo.

Dani compuso otra de sus apariencias evocativas de 1930, de nuevo con breeches, aunque esta vez combinados con borceguíes y calcetines subidos, a modo de polainas. El material de la chaqueta asegura la protección del viento y de la lluvia, por lo que esta elección cubre de cualquier sorpresa que la meteorología otoñal, a menudo variable, nos pueda dar. La gorra esta vez es una flat cap de corte típicamente británico; el material, un tweed a cuadros, es un clásico para la campiña.

Oriol Miró Serra – Daniel Alfonsea Romero

23 de octubre de 2020

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